jueves, 23 de enero de 2014

Un buen año para Fedosy Santaella


Tiene la palabra Fedosy Santaella. 
Narrador contemporáneo, venezolano y leído. 
Esta vez perfilamos a un escritor por su disciplina (su obra, ya reconocida, se debe a tal sacrificio).
Cuando le preguntan si está escribiendo, siempre dice que sí, porque no necesariamente escribir todos los días implica escribir algo nuevo, sino también revisar el trabajo ya hecho. 
Alega que la escritura incluye el trabajo de revisión, uno de los más importantes. 
Así como decía Quiroga: “No escribas bajo el imperio de la emoción”, hay un proceso de revisión constante del trabajo y eso trata de hacerlo Santaella todos los días. 
Cada mañana, desde las siete trabaja en sus cosas. 
Después de vestir a su hijo, despedir a su esposa, se sienta. Tiene la fortuna de trabajar en casa. 
Tras escribir hasta las nueve, nueve y media y bajar la santamaría, se afana en las “cosas que producen dinero”. 
A veces le dan las doce del día porque se entrega de fondo a la escritura y no a lo “otro”. 
Los fines de semana procura darle un poco más de tiempo… Pero es un trabajo de todos los días. 
Y solo trabaja en la pantalla, nunca en el papel.
Con voz fresca defiende el disfrute de lo que hace, e invita a no tomar la escritura como algo que se sufra… que se padezca. En fin, se divierte escribiendo. 
En su espacio no cuenta con una ventana con una gran vista, solo un cuarto pequeño donde escribe… 
Su ventana es la pantalla de la computadora. 
Una confesión en sus propias palabras: “Tengo una escopeta flower pegada en todo el frente de mi pared y la veo cada vez que escribo y me inspira. Eso sirve. Cuando estoy trancado, también me ayuda a arrancar”.

Le ha dado vueltas a la escritura de humor, a lo detectivesco, lo policial, lo negro… con sus respectivas modificaciones. 
Quizás haya una insistencia en el tema de la violencia, en el humor. 
Dice, citando a Emil Cioran, que en cierto momento todo escritor comienza a reincidir en sus temas, a repetirse a sí mismo, copiarse de sí mismo. Santaella no lo ve como algo malo, es un camino que es deseable: empezar a trabajar sobre uno mismo. Eso es lo que también a cada cual lo va alejando de las influencias de afuera, para buscar el (propio) camino.
2013 fue año exitoso para Santaella: ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional con “Taxidermia”, publicó Miguel Luna contra la bestia del bosque (para niños y jóvenes) y la novela En sueños matarás. De paso, resultó uno de los 9 finalistas (entre un total de 476 obras participantes) del Premio Herralde 2013 con su novela El dedo de David Lynch.
Y sigue escribiendo.


domingo, 12 de enero de 2014

Las Velásquez, la calle de los barberos en Porlamar


Porque a la larga, la verdad no importa.



Como buen navegado que soy, resuelvo muchas diligencias en los centros comerciales de la isla y una de esas (hasta hace poco) era la del corte de pelo. Por diversas y afortunadas razones puedo pasar tres meses sin ir a podarme (alguna vez pasé un año) y si mi barba creciera de forma pareja sobre mi cara, también dejaría al olvido su tijerazo.











Una de las causas por las que en Margarita dilataba tanto mi cita con las barberías era que no las encontraba… no las de verdad. Crecí con mi padre y compartimos con cierta exclusividad esa ocasión mensual  (quizás la única que mi sobreprotectora madre no acaparó) y recuerdo a la barbería como un local para hombres, donde contrastaban la pureza de la masculinidad (aun en su lado coqueto), y la pluralidad étnica, pues eran italianos, españoles, criollos y hasta un chino (el Chino) los barberos de El Paraíso, allá en Caracas. Por eso demuestro sin reparos mi resistencia a ir a las franquiciosas peluquerías de los malls tan sólo porque pongan una silla para hombres en su recinto.








El caso es que por azar un día fui de la Plaza Bolívar a la calle Libertad y atravesé una cuadra donde estaban escondidas todas las barberías de Nueva Esparta. Exagero… pero son muchísimas; asombraría  a cualquier transeúnte la concentración de estos locales, tantos en una misma parte. Mi visita se volvió inminente pero no inmediata, unos cuantos días después fui con mi novia para que atenuara en mí esa sensación que hace que odontólogos y barberos parezcan del mismo gremio. La experiencia al cabo fue otra, por supuesto que la pérdida segura se cumplió, salí con menos cabello que la última vez, a pesar del  fallido intento que esta vez consistió en decirle al barbero “mira que me lo quiero dejar crecer”.






La calle se llama Las Velásquez, pero nadie supo decirme allí qué hermanas con ese apellido fueron famosas y por qué. Más frecuente entre ellos es nombrarla como lo que es, la Calle de Las Barberías, tal como un graffitti lo explicita en uno de sus muros. La ventaja de su ubicación radica en la cercanía a la Plaza Bolívar en la ruta de quienes van al terminal de autobuses. Exactamente queda entre las calles Libertad y Arismendi.


  
Los barberos de Las Velásquez no son mediterráneos sino bien criollos, y ninguno tiene edad para ser abuelo, como los que recuerdo con mi padre. Uno que otro pareciera haber borrado su historia al comenzar una nueva vida con el oficio, descubriendo el mejor uso que se le puede dar a una navaja. Provoca preguntarles por sus anécdotas, pero prefiero solo imaginar, además estoy en desventaja sentado y recibiendo navajazos al ras de mi cuello.


En estos locales el espejo precisa a cada barbero con su número de teléfono para cuadrar la próxima sesión y su nombre o su apelativo, como Petare, Freddy o Jesús. Nadie comparte sus instrumentos pero sí el buen humor. La competencia existe entre ellos pero en cada recinto todos parecen familia. Suelen alegar que nadie les enseña a cortar pelo sino que aprendieron “echando a perder” a otros, tomando la máquina por sí mismos y practicando con primos. Sin embargo, la cantidad y paciencia de los clientes en espera evidencia que estos barberos son unos profesionales.







Antes de sentarme pregunté con algo de malicia quién era el que mejor cortaba en esa barbería, y el consenso fue sorprendente, como preguntarle a la audiencia por la respuesta correcta. Una vez en manos del más “sabío”, tuve que preguntar por lo que significaban Sayayín y el nombre de un señor que resultó ser jugador de basquetbol norteamericano. También Wisin y Yandel aparecieron en la oferta, y para mal o para bien asumí que los conocía pero que no me interesaba cortarme las cejas.
Un billete de 100 bolívares me bastó para pagar y dejar una suspirada propina. Mi novia me demuestra su amorosa cortesía con su boca pero no con sus ojos. Yo sonrío porque sí me gustó el resultado, y no me hizo falta la cachucha que llevaba guardada en el bolsillo, por si acaso. Volveré, eso sí, en tres meses.


Fotos de Teddy González

sábado, 11 de enero de 2014

Omar Carreño en Sabana Grande

Esta es su penúltima oportunidad para saber quien fue Omar Carreño, ese tan nombrado en Nueva Esparta. 
Pero antes que nada… ¡Omar Carreño está en el Bulevar de Sabana Grande! 
Este paseo se extiende en Caracas enlazando tres estaciones de Metro (Plaza Venezuela, Sabana Grande y Chacaíto) como una alternativa para sentarse, caminar o hacer compras lejos del techo y los titánicos centros comerciales. El Centro de Arte La Estancia dispuso una exposición del artista en 2010 y la fascinación derivó en una muestra menos efímera y más accesible para el público urbano. Ahora, los quioscos del bulevar tienen en sus espaldas perfectamente reproducidas una variedad de obras bidimensionales de Carreño, en sintonía con las líneas trazadas por las fachadas, aceras, cables y edificios de Sabana Grande. Si camina hasta la UCV, también lo podrá contemplar en el campus universitario.   

















Ahora sí… Omar Carreño nació en la Porlamar de 1927, en el hogar de un orfebre. Estudió mucho y expuso muchísimo, en Caracas, París, Suiza, Italia, Colombia y más. Leyó con afán a Albert Einstein y Léopold Infeld (La evolución de las ideas en física). Pero la salud fue una corriente en contra, al revés que su inteligencia. En general su línea fue el arte abstracto, ha sido catalogado como expansionista, informalista, geométrico… y estuvo en grupos como Los Disidentes y Sardio. Antes de cumplir los 50 años ya ganaba el Premio Nacional de Artes Plásticas (1972) y participaba en la Bienal de Venecia. Y dado que la muerte es lo menos necesario de un artista, no la mencionaré.

Visto en la calle

 Caracas
EL ROSAL, CARACAS.
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CHACAO, CARACAS.

viernes, 10 de enero de 2014

Mindy Shapero

The Blinded by the Light's POV of the Way One Looks When Approaching It While Wearing the Eye Patch